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  La pasión de enseñar Trabajo Social
 
La pasión de enseñar Trabajo Social
Víctor Hugo Mamaní Gareca

Catedra de Teoría e Intervención en Trabajo Social con Grupos
Instituto Superior No Universitario Populorum Progressio - Intela. Jujuy. 2008
Seguramente este tipo de títulos puede generar sonrisas irónicas e incluso, gestos de sarcasmo. No me preocupa, pues el trabajo social, como toda profesión tiene en su seno fuerzas antagónicas y una profesión que no produce errores y que no puede nutrirse de ellos, es incapaz de producir cambios internos y externos (Kisnerman 1998,7).
Hay profesionales que viven la docencia como un trabajo más, como una obligación, un horario a cumplir entre varios, como la primera salida laboral o como la última alternativa. Otros viven la docencia como una carga;  sencillamente no desean ser docentes, hacen de docentes. Además existen quienes no encuentran un clima propicio en las instituciones de formación para crear e innovar sus prácticas. Muchas veces, solo renuevan el discurso. Razón por la cual, caen en una peligrosa incoherencia, “hay una distancia enorme entre lo que como docentes enseñamos en las aulas y lo que hacemos fuera de ellas” Kisnerman (2004,1)
Ser autocríticos con nuestras prácticas docentes no significa matar la esperanza, por el contrario, implica construirla, ser críticos significa para mi; ser testigos lúcidos de nuestras prácticas y despiadadamente riguroso en el análisis  de nuestros obstáculos. Horhkeimer, filósofo de la escuela de Francfurt decía que “podemos ser pesimistas teóricos, pero hemos de ser optimistas prácticos”. La mirada autocrítica según Bertucelli (2006) ayudará a no  “transformarnos por elección propia, en inoperantes ilustrados que hablamos maravillosamente de o los paradigmas y nada hacemos con él o ellos, para mejorar la calidad de vida de nuestros pueblos”.
Un docente almidonado, amargado, sin alegría, sin pasión por lo que hace, no solo es poco nutritivo para sí mismo. Lo es sobre todo, para los alumnos y alumnas con quienes construye la situación educativa. Un profesor desactualizado, quemado, sin ilusiones, que sufre su ejercicio profesional docente, es más peligroso que un lanzador de cuchillos, que padece la enfermedad de Parkinson.
Pero esta moneda tiene como todas, su otra cara posible: la pasión por enseñar desde la coherencia, entre el sentir, pensar, decir y hacer;
 ¿Por qué no entregarnos a esa pasión de enseñar?
Nuestra dinámica interaccional en el aula debe ser convocante, caso contrario “soplamos en flauta quebrada” y nuestras palabras pierden sentido (Galeano, 2002) Lo humano existe en el conversar y todo quehacer humano ocurre como una red de conversaciones. Para mí, enseñar es conversar, es lenguajear, allí se produce un fluir de interacciones que constituyen coordinaciones conductuales consensuales, que se entrelazan con el emocionar, de docentes y alumnos (Maturana, 1997,57)
Escribo estas reflexiones para lectores audaces, que día a día reflexionan su práctica, que profundizan en esta dimensión tan importante y tan frecuentemente olvidada, como es la pasión y la alegría de enseñar, de acompañar a nuestros alumnos. Ellos dan sentido a nuestra existencia como docentes.
Alves, un apasionado de la enseñanza, escribió en su obra “La alegría de enseñar”, “… que enseñar es un ejercicio de inmortalidad, porque de alguna forma seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestras palabras. Así el profesor no muere nunca…” Es en estos tiempos de adversidad e incertidumbre cuando más debemos recuperar el entusiasmo y la pasión.
Dean, expresa que uno de los estímulos valiosos para los docentes; es la positiva repercusión que tiene nuestra práctica docente en los alumnos, y que ello se observa en las relaciones que construimos con ellos, sobre todo cuando ellos lo expresan, en acciones comunicativas intersubjetivas.
Pocas profesiones ofrecen al alcance de nuestras manos, recompensas tan hermosas, tan profundas y tan enriquecedoras. Pues como dice Santos Guerra, “…no en vano el profesor trabaja con las ideas, con los sentimientos, con las actitudes, con los valores, con las esperanzas e ilusiones, con los sueños…” Se nos llama educadores justamente porque admitimos o debiéramos admitir la libertad de aceptación o rechazo de los alumnos y alumnas. Educadores, porque acompañamos en libertad, ayudamos a crecer, a compartir el descubrimiento del saber, a enseñar, a convivir y compartir, no tanto a competir. He aquí un motivo y objetivo a la vez, para desarrollar nuestra pasión por enseñar.
Me contaba una alumna de un profesorado, que una docente durante sus clases, les adelantaba “que no llegarían muy lejos”, “que su cátedra era difícil, y que su parcial era peor aún”, “que después de julio, pocos sobrevivirían, quedaría la mitad de la matrícula”, “que no le interesaba si se quedaba sin alumnos”. ¡Qué terrible para los alumnos y alumnas encontrarse con un profesional que en lugar de acompañar y ayudar al crecimiento, atenta contra su autoestima y autoconcepto, que en lugar de enseñar y acompañar a volar, les corta las alas! Qué terrible también es ser así, un terrible sufrimiento docente. Y como dice Santos Guerra “hay quienes convierten a los príncipes en sapos. Los hechiza, hacen que la palabra entre en sus cuerpos y los transforme. Educar es liberar de esos hechizos, parafraseando a Wittgenstein, cuando definía a la filosofía como lucha contra esos hechizos.
Cuando luchamos juntos, contra ese hechizo, los alumnos y alumnas perciben de manera nítida, espontánea e inequívoca, cuando se encuentran con un profesional, comprometido, apasionado y coherente en lo que hace en el campo laboral y lo que enseña en las aulas, enseña, cuando orienta el pensamiento divergente, motiva a compartir, a convivir, a construir, desde los más variados dispositivos de trabajo. “Nosotros nos damos cuenta enseguida” me decía un alumno -de forma lapidaria- cuando se refería a la actitud de su profesor.
La tragedia de nuestras aulas, se debe a que no se las piensa para el movimiento sino para la quietud y el silencio. Pensadas para el dolor, la angustia y los nervios, no para la alegría de leer – conversar y aprender con otros. No están pensadas como espacio de despliegue de emociones. Se trata de aulas pensadas para la repetición, memorización y no para la creación. En este sentido Guerra nos recuerda que Borges decía que había estudiado toda la vida, menos los años que acudió a la escuela. Un alumno me decía “los trabajos que menos ideas mías tienen, son los que nunca debo rehacer”.
Son los alumnos, quienes más pueden ayudarnos a ser mejores docentes y sobre todo, cuando nos dicen su verdad. No nos ayudan cuando son timoratos, dubitativos, complacientes, ni sumisos. Mucho menos ayudan, cuando temen a sus docentes. Karl Roger dejó la enseñanza para trabajar en otros ámbitos pues veía pocas esperanzas de cambio en las instituciones educativas, decía en forma inquietante “yo no creo que nadie haya enseñado nada a otra persona. Yo cuestiono la eficacia de la enseñanza. Lo único que se, es que si alguien quiere aprender, aprenderá. Quizás un maestro sólo sea una persona que facilita, que coloca las cosas delante de la gente y muestra cuán maravillosas son, incitando a probarlas”
Dedico este escrito a Natalio Kisnerman, en nombre de quienes seguimos su estrella. Maestro que en su visita a nuestro Instituto, nos contagió pensamientos y preguntas. Como profesor fue un facilitador, mediador en la construcción de saberes, nos enseñó a saborearlos. Nos dejó su impronta provocadora de búsquedas, un compadrón del deseo y la pasión de aprender a sus setenta y cinco años. Nos hizo comprender que el deseo de saber es consustancial al ser humano, que el conocimiento comienza en la pregunta y no en la respuesta.
Acompañó nuestro aprendizaje, nos enseñó a que cada día debemos crear, preguntar, descubrir, comprender y sentir nuestro mundo. Nos dejó su impronta seminal; es necesario que surjan de nuestras aulas generaciones de profesionales capaces de transformar y mejorar la vida en el planeta, y no solo discursear sobre un mundo mejor.
Natalio Kisnerman, hombre generoso, de perfil muy bajo para su importante trayectoria y capacidades intelectuales. Siempre estuvo impulsando actividades y poniendo en marcha  proyectos, para luego cederlos a la gente que los hizo propios. Trabajador Social que supo transmitir sus conocimientos y que fue un generador inagotable de ideas para poner en práctica. Preocupado y ocupado por su pueblo, aún así siempre se multiplicó para cumplir con cada cosa que se comprometía. Amigo y colega que entregó su vida a la comunidad, a la profesión y a la docencia.
A él y a nuestros alumnos, este homenaje escrito sobre la pasión de enseñar trabajo social,

 
Jujuy, Junio 2008.
 
 
 
 
 
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